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Desenlace

 Miralo. El hijo de puta no deja de dispararme. Como si no hiciera más de 2 minutos que estoy muerto. Bueno, en el fondo hace bien. Era él o yo. Él lo sabe, y si mi cuerpo aún me respondiera gastaría lo poco de energía que me queda en meterle la navaja que sujeta mi inerte mano derecha en sus preciados huevos. Ya sabéis lo que se dice: hombre precavido vale por dos. Además ya ni siento los disparos. Son meros ecos en la distancia, muy muy alejados de aquí. Dentro de poco me desvaneceré. Lo sé. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que esperaba impaciente la supuesta película titulada: el maldito resumen de mi penosa vida del que todos hablan (conmigo como protagonista, por supuesto). Pero en vez de ello solo veo un punto blanco que cada vez se vuelve más pequeño. Decepcionante final del camino, sentado en una butaca de un cine vacío, ansiando ver un film que ya nunca se estrenará.

 

 En fin, tampoco ha ido tan mal. Podría haber muerto en un anciantorio intentando inútilmente llegar a un urinario sin éxito, después de años de inclemente decrepitud. O de forma estúpida en un accidente de coche tras unas inminentes nupcias. O al nacer, ahogado en mi propia mierda... Somos hijos de la comodidad, cautivos del instinto, y nos cuesta aceptar que tarde o temprano tenemos que morir. Hacerlo a manos de un cabrón que ha tenido más suerte que uno, sin duda, no es la peor forma de pasar al otro lado. Al menos he podido luchar contra la muerte cara a cara, que es mucho más de lo que la mayoría de vosotros podrá decir...

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